ES NECESARIO CONOCER si se justificaba la idea presidencial de solicitar el envío de cascos azules a Guatemala, y si sus condiciones objetivas permitirían la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU. En este país no hay, por ejemplo, un grupo étnico en lucha con otro por el control de un territorio. Ni ha habido ninguna guerra con países vecinos. El conflicto armado interno se solucionó porque había en realidad dejado de tener justificación internacional a causa del fin de la Guerra Fría. Poco se había logrado, como quedó claro después, en la eliminación de los factores causantes de su inicio hace 50 años. La lucha militar ya se había convertido en un pierde-pierde para las partes y ello causó la presión internacional para terminarlo.
SI GUATEMALA TIENE COMO enemigo interno la corrupción política, la burla de las leyes por gobernantes y por sectores sociales por igual, así como la actividad de los narcotraficantes, en realidad poco podrían haber logrado los cascos azules. Pero además, a consecuencia del desconocimiento entre los guatemaltecos acerca de qué es, cómo funciona y por qué motivos es autorizada, ya sea por decisión de la ONU o por petición de un gobierno determinado, el hecho de verlos en Guatemala se hubiera convertido en una innecesaria fuente de tensiones internas, afianzadas por organizaciones criminales. En pocas palabras, hubiera sido un error solicitar su presencia por esta última razón y porque muy, pero muy difícilmente se hubiera logrado.
LA DECLARACIÓN DEL presidente, casi una confesión al periodista de Radio Nederland, demuestra una vez más las peculiaridades del pensamiento de los políticos. Solicitar la llegada de los cascos azules no tiene como contraparte la depuración de la policía, porque esas fuerzas internacionales tienen fines distintos en situaciones distintas. Pero aun en el remoto caso de haberlo logrado, todo hubiera regresado a como estaba antes cuando se retiraran los soldados de la paz, porque las causas del conflicto guatemalteco tienen sus raíces en factores mucho más profundos. Dentro de este orden de ideas, la única conclusión es en realidad simple: fue una gran suerte para Guatemala la decisión de no pedir a la ONU una acción casi imposible de lograr.